El poeta barcelonés Xavier Rodríguez Ruera, que participa con un poema en la antología-homenaje a Rafael Guillén reseña el libro en la revista digital de literatura Kopek en la que colabora:

«Mi padre se llamaba Rafael. Sus cenizas reposan acompañadas de los suyos en el pequeño, pulcro e íntimo cementerio de su pueblo, Castillo de Locubín, Jaén, a escasos 50 km. de Granada. Mi padre, uno de mis tíos y un primo hermano se llamaron o se llaman Rafael. Alto, sonoro y significativo, como el nombre con que Alonso Quijano bautiza al flaco y pensativo Rocinante, Rafael  fue siempre un nombre anclado en la memoria familiar, en esa parte de la memoria sepultada, en nuestro caso, por la otra más urgente, inmediata, del día a día transcurrida a lomos de una gran ciudad llena de vértigos, precipicios, soledades e iluminaciones. Pero la memoria hace su trabajo en la sombra, acaba abriendo su cauce cuando conectamos con el origen, con lo que nos hizo posible, con lo que nos conduce, cada madrugada, a tratar de disponer palabras sobre un cuaderno que den voz a los manantiales subterráneos de la dicha, de la resignación, de la bondad o del cansancio. Rafael, «las cuerdas de cuyo corazón son un laúd», reza El Corán,  «tiene la voz más dulce de todas las criaturas de Dios». Rafael es el ángel de la medicina y de la música. Edgar Allan Poe, que no era sordo precisamente para la música del verso, le dedicó un maravilloso poema titulado Israfel. Rafael es un nombre importante para mí, para mi familia, para la poesía.»

La reseña completa, en este enlace.