El 20.11.21, ‘Bajo el signo del Cazador’ fue presentando en la Librería 80 Mundos de Alicante. Nos acompañaron en la mesa a Fernando Jaén y a mí Luis Miguel Sanmartín, prologuista del libro, y nuestro querido y admirado amigo, el poeta oliveño José Iniesta. Éste último nos regalo las palabras que reproduzco a continuación, a modo de presentación, pero que bien podrían servir como magnífica reseña del libro. No podemos estar más agradecidos:

La presentación completa se puede ver en este vídeo:

 

«Bajo el signo del cazador, de Javier Gilabert y Fernando Jaén

 

 

No sé por dónde empezar, qué palabras decir sobre el libro Bajo el signo del cazador. Hay dos hombres, van perdidos por un mismo desierto y se encuentran. No saben quiénes son, hacia dónde sus pasos. Se miran, largamente se miran sin decir nada, y allí se reconocen. Comprenden que son lo mismo en el viaje de las palabras, sus metales se funden, pierden sobre el polvo todos sus atributos. La extensión de la arena los destruirá, el mismo fervor por la vida, eso lo saben, la herrumbre del tiempo ha besado sus huesos.     Versos que duelen en su pasión, que golpean y nos empujan, que en su pureza nos ciegan como relámpagos en la noche. No hay camino en la arena, borra el viento sus huellas, sus pasos se hunden, materia del amor y del cansancio.          Bajo el signo del cazador es un árbol erguido en la desolación que se afirma con sed y palabras, imagen duradera de resistencia bajo la constante vorágine del tiempo.         Bajo el firmamento somos encrucijada, no sabemos dónde vamos.       Cielo y tierra nada más en la ruda intemperie, cielo azul y un llano en llamas. También la lejanía que son, la arena que fue dura roca y cumbre sin nosotros, hace mucho. Y el amor a la palabra, a la vida en las palabras. La duración de un viaje al desconcierto, la sed que nos redime por amor, la canción adentro sin oros de todas las caídas, el éxtasis tan puro de la nada.            Hay dos hombres y el alma va a solas. Hay un árbol, lo dije, un solo árbol bajo la claridad del mundo, al mediodía. La poesía es un árbol también, y lo repetiré, y estos dos poetas lo saben. Hay versos que son raíces hondas al dolor, y palabras que son ramas verdes, florecidas. Se escucha cómo asciende la savia, cómo canta la savia o la sangre su oración secreta de abismo y de fruto, la maravilla entre las hojas del murmullo del viento. El árbol siempre encuentra su lugar, el que le pertenece, ahí cae siempre la semilla. Estos hombres, como nosotros, caminan en la desolación, son frutos de la soledad y del deseo, no más. Tienen miedo, avanzan hacia la noche, hacia la larga noche del mundo.          Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre.           ¿Quiénes somos? ¿A qué misterio asistimos en cada paso? ¿Por qué se abrazan dos seres, por qué se unen sus voces?       Un alma sola camina y no sabe nada, no hallará su lugar, por eso envidia al árbol perfecto en la llanura, contra el azul del cielo. La poesía es conciencia y oración que se nos da, es una rosa imposible, una nube abrazada a la esperanza de la lluvia, es lo grande y lo pequeño, es la hormiga, el alacrán y la palmera, el rastro añil de la serpiente. La poesía no es conocimiento, eso claman estos poemas desnudos que nos desnudan.        El signo del cazador es la muerte, mas estos versos de caminantes cantan la vida, constatan el milagro sencillo de los pasos a su extravío, el misterio del pájaro y la piedra, la abundante cosecha de los astros en la desmesura del vacío y de las noches.      Miro, huelo y escucho y no comprendo nada,…    Existo en este yermo. Puedo ver….     La poesía sí que existe, tiene su origen en el hambre. Nosotros desaparecemos en la niebla, nos confundimos al seguir un poco más allá, tropezamos a menudo. Bajo el signo del cazador es el viaje de dos hombres por el arenal. Conocen que solo en la vasta geografía del desierto puede nacer el canto o la oración, el poema humilde de la perplejidad, el deseo del barro donde habita el olvido y la belleza, a pesar de la muerte y la ceniza.     Orión me despedazará mañana.       Soledad o desierto, da lo mismo, qué templo es el silencio. Hay dos hombres que desaparecerán en un poema y un solo desierto inacabable. Han reído y llorado, como tú. Atisban algo, transigen, se detienen a cavilar, se abrazan en un yermo, el de la vida.              Ahora están frente a ti, lector, te ofrecen el misterio de su cántico, lugares que son tiempo, ya lo ves, y lo único que suena es un silencio antiguo.        Tensa sin piedad Orión su viejo arco celeste, y apunta al corazón. Dos hombres que son uno se nos dan, van con nosotros. Hay una lumbre que arde, en soledades. La palabra desnuda es lo absoluto y significa más y esplende, es nuestra luz y guía por lo oscuro.      Ahora que he aprendido a oír,/ le he pedido al silencio, el centinela de la noche antigua,/ que me ayude a medir/ la dimensión del ser.       Dos hombres se nos dan, aquí y ahora. Lanzan al aire su poesía, las cenizas venturosas del amor. La poesía no es conocimiento, ya lo dije, es el rumor de pasos que llegan y se van, una mirada atenta y una lágrima de oro, el manantial recóndito de un abrazo.           Somos de la sed y de la luz. Algo acontece, dentro y fuera, vida mía, antes de que silben las flechas. Alguien escribe en un papel la belleza y el espanto del torbellino, el mensaje de la densa polvareda. Dos poetas parecen tener fe en algo que desconocen, poseen la certeza del camino sin camino, alcanzan bajo el sol el amparo de un árbol y su sombra. El árbol sin duda es la poesía, su alianza bajo el signo del cazador, su esperanzado legado de vida o fuente que mana y corre.        Somos así, nos aferramos fuerte/igual que el árbol hace lo posible//para resistir erguido, vivo, fijo./ Ajeno a la presencia de la muerte/ sus ramas a la luz muestra impasible.          Y no digo más.

 

Oliva, noviembre del 2021″