RAFAEL SARAVIA: «LA MADUREZ TE DOMA Y TE CONVIERTE EN EXPERTO EN PREVENCIÓN DE RIESGOS»
Rafael Saravia nació en Málaga en 1978, aunque desde su infancia reside en León. Ha publicado los libros ‘Pequeñas conversaciones’ (Leteo, 2001; Amargord, 2009), ‘Desprovisto de esencias’ (Renacimiento, 2008), ‘Llorar lo alegre’ (Bartleby, 2011), Carta blanca (Calambur, 2013), El abrazo contrario (Bartleby, 2017) y Vena Amoris. ‘Cafuné & Revolución’ (Eolas, 2020). Se han publicado antologías de su obra como ‘La transparencia de las cerraduras’ (Atrasalante, 2014) en México, ‘Eón’ (4 de agosto, 2014) en España y ‘Gramática de la escucha’ (Summa, 2019) en Perú. Su poesía ha sido recogida en diversas antologías de poesía española reciente como ‘Petit Comité’ (2003), ‘Antología del beso. Poesía última española’ (2009), ‘A Pablo Guerrero, en esta hora’ (2010), ‘Por donde pasa la poesía’ (2011), ‘En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis’ (2014), ‘Poesía amiga y otros poemigas para Aute’ (2014) y ‘Marca(da) España. Poesía en tiempo de crisis’ (2014), entre otras.
Trabaja como bibliotecario y desarrolla en la ciudad de León su función de editor y gestor cultural a través de las diferentes publicaciones y actividades que se organizan desde el Club Leteo y el Festival Internacional Palabra.
En el ámbito fotográfico ha realizado las exposiciones individuales Nos queda la memoria, Ramblas y Contrastes. También las colectivas No tan mayor, Arrabalescos, Aleteos del camino y Estupor y temblores, ésta junto a Chema Madoz entre otros.
«Fernando Jaén: Conocí tu obra a partir de ‘Llorar lo alegre’. Un libro hermoso, que canta a la madre desde una niñez no siempre feliz. Entre paisajes de hoy, el poeta revive el amor pasado y proclama su vocación de deseo. ¿Cómo fue este proceso de «llorar lo alegre», de afirmar el pasado?
Rafael Saravia: Es una tarea que comenzó en ese libro (hasta entonces jamás había publicado nada referente a mi infancia, la situación precaria en la que crecí y la conciencia de que sin una madre con un coraje tremendo como la que tengo mi vida hubiera sido muchísimo peor) y que siento que no ha saldado la deuda que sigo teniendo con ella. No sé si es que me he cansado de recordar esa infancia, si es que la idealizo como parte sustancial de mi formación humana o tal vez la vida que tengo ahora, llena de privilegios con respecto a aquella época (tengo trabajo, casa, coche y todos los vicios –puedo comprar chocolate, whisky, carne o vino sin mirar mucho la cartera— de una persona autosuficiente en este occidente de excesos), el caso es que mi sensación es que todavía queda mucho por sacar, por contarme a mí mismo de aquella etapa, pero casi ni me atrevo, tal vez sea por eso de la maldita madurez… Por eso ese pequeño atisbo de “llorar lo alegre” me parece necesario para comprender mi vida.»
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