Rafael Escobar Sánchez realizó esta reseña de ‘AMaría’ en julio de 2020.

‘AMaría’, la última aventura poética de Javier Gilabert está consagrada exclusivamente a la vivencia del amor. Pero la retrata con tal diversidad, con tal multiplicad de matices que caben en una experiencia tan honda y verdadera, que uno tiene la sensación de haber asistido tras su breve lectura a una “cosmovisión” completa, a un prisma entero desde el que ha tenido acceso a toda su intimidad y su manera particular de estar en la vida.

Ya desde el poema inicial, su visión del amor como medida superior a lo humano se expresa con un fragmentarismo, una desintegración del lenguaje que deviene irónica cuando uno de sus gestos mínimos (es un tema esencial del libro: rasgos, mínimas realidades de apariencia anecdótica que sin embargo permiten palpar toda la esencia del amor) logra apresar esa inmensidad que parecía inasequible (Y/llegas/tú/y/un/beso/es/suficiente).

El amor se vive como un intercambio de identidades en que se cumple la aspiración íntima de ser otro y a la vez revela la medida del verdadero ser de quienes nos rodean y componen nuestro entorno afectivo (muy pertinente, por tanto la cita inicial de Simone Weil: “De todos los seres humanos/solo reconocemos la existencia/de aquellos a los que amamos).

Una experiencia que el fracaso realmente no arrumba pues su sedimento persiste en todo lo vivo (“Si la muerte me llama, no me borre/quede siquiera un rastro/la estela de unas nubes en el cielo/tus ojos después), que ejerce la transmutación del ser humano en naturaleza para quedar caracterizada como una raíz de origen, la más honda que nos concierne y nos crea sentido de pertenencia al mundo, que recoge indicios para reconocer la presencia de lo que se ama aún desde su vacío (“También tú estás aunque no estés/se enreda tu recuerdo entre mis piernas/mientras la tarde y yo languidecemos).

El amor como una aproximación a los misterios que estimulan el vivir (“Probablemente ahora estés mirando/la misma luna, y puede que hasta pienses/igual que yo en lo raro de la vida/en esas paradojas que presenta) y un cobijo ante aquellos que se sienten como más perturbadores (…”encuentro tu mirada/promesa de descanso, del lugar/en el que cobijarme cuando aceche/la sombra sinuosa de unas fauces”) y hasta, finalmente, una aniquilación voluntaria, urgente cuando arrecia el dolor (“Resguarda de la vida las caricias/abrígalas con mimo entre tu pecho/no dejes que la lluvia, ni que el frío/primero del invierno/les haga daño alguno)

Una breve, delicada joya, que descubre una anchura que no precisa de ningún tipo de pretensión estética para afirmarse, tan contundente como todo lo que se nos regala desde un susurro o una confidencia. A leerlo todos.