El 6.09.19, Rafael Escobar Sánchez, tras leer mi libro «En los estantes», escribió esta reseña en su muro de Facebook. Es tan buena que bien merece una entrada en el blog. Le estaré siempre agradecido. Este es su texto:
«Estos días de atrás, leyendo los poemas de Javier Gilabert venía a mi cabeza mi reflexión más tópica del Día del Libro. Que es una fecha que me recuerda no solo que ame los libros sino que, directamente, me gustaría ser uno de ellos. Ser un libro como ser un muerto…en su mejor acepción: estar callado, discreto… pero lleno de sabiduría. Lo contrario al ruido y la impudicia de los vivos.
Los poemas de Gilabert nos animan a relativizar la línea divisoria entre escritura y vida. Defienden ese escribir que es “como la segregación natural de las resinas” que dijera el maestro Valente (cuyos “Fragmentos de un libro futuro” aparecen varias veces a lo largo del poemario), que no es artificio sino emanación espontánea y por ello, en “La librería” puede caracterizar el poema como un ser vivo de status pleno que tiene “ramas, dientes, ojos, huesos, raíz”. Integrado en esa naturaleza en torno a la que estos poemas van entretejiendo una fascinante variedad de significados, desde la disolución gozosa del ser (“La roca”) al alivio en el peso de la propia vulnerabilidad (“Olor a tierra mojada”). Y por ello acierta plenamente Antonio Praena en un prólogo fundamental para sacarle su más hondo sentido a estas líneas, al reivindicar la lectura como una experiencia plena, redonda, no un mero sucedáneo de las posibilidades de la existencia (“Los libros que hemos leído son experiencia y por tanto vida, tanto o más que algunos momentos cuyo paso no deja poso”).
Libros como vida. Lo cual es sinónimo a decir que son inocencia. Y por ello se les caracteriza como una continuidad del espíritu lúdico de los niños en adultos sofisticados o, más bien y al margen de que sean capaces de reconocerlo o no, rotos (“Los juguetes”).
El amor es la otra gran viga maestra que hace de este libro una experiencia emocionante. A veces, un desorden feliz, una anarquía contra el fastidio del orden y la línea recta que destruye una soledad con riesgo de gangrenarse (“Compañera de piso”) y difumina las individualidades (“La serpiente”). Y como parte esencial de ese sentimiento, una manera nada tópica de entender la paternidad (equivalente a una panorámica de lo vivo en términos absolutos como se retrata en “Mirador”, uno de mis textos favoritos y que transcribo entero al final), en que raíz y vástago se autodescubren en términos de reciprocidad (“Primer verso”) y se preparan para ese otro fenómeno dramático del tiempo en que la rama ya protege y mima al tronco del que partió (“Paternidad”).
Estilísticamente, es un libro que nos recuerda que la hondura es sencilla. No es Gilabert, por fortuna, de esos que se plantearon un “seamos herméticos ya que no podemos ser profundos”. Su “minimalismo”, además es coherente con otras líneas suyas que pertenece a un plano más semántico que formal. Con esa mirada sobre lo mínimo y cotidiano que afronta a veces la perturbación, el terror y con ellos la búsqueda ansiada de la esperanza (“La puerta”) o interesantes paradojas como lo infinito que cabe dentro de lo breve (“El instante”) o el espíritu de resistencia que alienta la debilidad (“Bonsai”).
Mil gracias, Javier. Me acompañas ya como una de esas voces que me recuerdan esas palabras que hacen de uno mismo algo más habitable.
MIRADOR
Os sostuve en la palma de mi mano.
Convertía el varal de vuestras cunas
en baranda y pretil de mirador.
Desde aquí se divisa la ciudad
y sois cada edificio,
cada calle,
placeta,
rincón,
luz
de farola.
En mis manos, las marcas del metal
alineadas en el horizonte
que ahora nos separa.»
Podéis encontrarla en este enlace.